Historia del Aroma y su relación con la Mente
©Enrique Sanz Bascuñana. Aromatólogo A.E.A.
Introducción
Parece evidente que cuando el ser humano descubrió los tesoros aromáticos del mundo vegetal, su primera idea fue ofrecerlos a sus dioses.
La palabra “perfume” (del latín per, a través de, fumum humo) nos indica que se asocia a la quema de plantas aromáticas, maderas y resinas, en una forma de sacrificio vegetal a las deidades, y posiblemente asociando que gracias al humo las plegarias llegarían más rápidamente a los cielos. Ésta es una idea general bastante aceptada. Yo considero que nuestros antepasados eran considerablemente más sabios que nosotros, por lo que el empleo de sustancias aromáticas en rituales religiosos, tenía, sin duda, un carácter mucho más práctico y menos caprichoso: ayudar a entrar en estados expandidos de conciencia.
Los perfumes eran parte esencial de todas las formas antiguas de culto, desde los altares de Zaratustra y Confucio a los templos de Memfis y Jerusalén, humeaban incienso y maderas aromáticas, pasando por la Mesoamérica con el copal y otras sustancias similares.
Los griegos consideraban a los perfumes no sólo homenaje a sus dioses, sino señales de su presencia. Por ejemplo, Homero describe a la hermosa madre de Cupido, Venus, cuando visita a Aquiles en la Iliada:
“La celeste Venus se cernió sobre su cabeza, y esencias de rosa despedían una fragancia ambrosíaca”.
En una de las tragedias de Eurípides, Hipólito, agonizante, exclama: “Oh Diana, dulce diosa, sé que estás junto a mí, pues he reconocido tu fragante aroma”.
Pero el uso de perfumes no estaba limitado a rituales sacros. Desde los comienzos del imperio egipcio, se destinaron a usos domésticos y fueron convirtiéndose en necesidad para los más ricos y refinados.
La Perfumería fue estudiada y desarrollada por todos los pueblos que fueron tomando el cetro de la civilización: egipcios, de ellos a judíos, asirios, griegos, romanos, árabes y naciones europeas.
Critón, Hipócrates y otros sabios antiguos, clasificaban los perfumes entre las sustancias medicinales, y los prescribían para determinadas enfermedades, especialmente para las nerviosas. Plinio atribuye propiedades terapéuticas a ciertas sustancias aromáticas. En su “Historia Natural”, menciona 84 remedios procedentes de la ruda, 41 de la menta, 25 del poleo, 41 del lirio, 32 de la rosa, 21 de la lila, 17 de la violeta, etc. (Hist. Nat. Libs. XX y XXI).
Los Egipcios
Esta fascinante civilización, que sigue envuelta en grandes misterios, en su momento de auge en la civilización humana, disfrutaba de tal lujo de refinamiento que difícilmente ha podido ser superado ni en la actualidad. Era especialmente significativo, teniendo en cuenta la sencillez con que vivían los pueblos de su alrededor (vida pastoril). En los numerosos objetos encontrados en yacimientos arqueológicos, abundan recipientes intactos que nos informan de la importancia del perfume en dicha civilización. En Egipto, los perfumes tenían 3 usos principales: Ofrendas a los dioses, embalsamamiento de los muertos y usos domésticos.
En las fiestas dedicadas a sus dioses, los perfumes ocupaban un lugar de honor, así como en sus ofrendas diarias. Consideraban un deber dedicar lo mejor de cada cosa a los dioses, siendo su ofrenda más apreciada el incienso. En los templos, los sacerdotes quemaban todo tipo de resinas y maderas aromáticas, y en las grandes ocasiones, el faraón en persona oficiaba sosteniendo en la mano el incensario y en la otra un pequeño frasco con vino o ungüento perfumado para las libaciones que se vertían en el altar.
Además de incienso, se ofrecían ungüentos a los dioses. A veces el faraón o el sacerdote tomaban una pequeña cantidad y ungían la estatua de la divinidad con el dedo meñique.
Ningún faraón podía ser coronado sin haber sido antes ungido: esto se hacía en una ceremonia privada por parte de los sacerdotes, que consideraban había oficiado un dios, para transmitir al pueblo la idea de los dones concedidos a los reyes.
Los egipcios creían en la transmigración de las almas, doctrina que más tarde adoptaron Pitágoras y otros filósofos griegos. Sostenían que después de abandonar el cuerpo del hombre, el alma entraba en la de algún animal, y que después de pasar por todas las criaturas de la tierra, el agua y el aire, cobraba de nuevo forma humana, viaje que tardaba 3000 años en cumplirse. Esto explica el cuidado que ponían en embalsamar los cadáveres de sus muertos, con el fin de que una vez concluido el viaje, encontraran las almas el cuerpo en buen estado de conservación.
A lo largo del año, las momias se sacaban varias veces y recibían los mayores honores. Se les ofrecían inciensos, libaciones y sus cabezas se ungían con óleo suavemente perfumado, que enjuagaban con un paño a tal fin destinado.
En los usos domésticos, el pueblo egipcio era sumamente pulcro, siendo los inventores del sistema completo de baños que más tarde griegos y romanos importarían. El consumo de sustancias aromáticas para tal fin era tan elevado como para los usos rituales. Después de abundantes abluciones, se embadurnaban con óleos perfumados y ungüentos. Esto tiene un motivo importante en climas muy cálidos: proteger la piel de la deshidratación y el resecamiento. Al principio, sólo eran distribuidos y elaborados por los sacerdotes, por lo que se consideran como los primeros perfumistas artesanos. Algunos tenían olor a orégano, almendras amargas, pero la mayor parte de los ingredientes solían ser incienso, mirra y otras resinas. Se guardaban en botellas y frascos de alabastro, ónix y cristal, aunque también en cajas de madera labrada y marfil. Algunos estaban tan bien hechos que siguen conservando su aroma después de 3 y 4000 años. Este tipo de productos eran muy caros, las clases humildes usaban el aceite de ricino para protegerse.
Los Judíos
Después del regreso del pueblo judío de Egipto, es cuando comenzaron a emplear lo aprendido en los años de cautiverio en el arte de la perfumería. En las montañas de Galad, al este de Tierra Santa, abundaba el Amyris (Amyris balsamífera), conocido como “bálsamo de Galad”. Moisés recibió, entre otros mandatos del Señor, levantar un altar de incienso y elaborar perfume y óleo sagrado (Exodo 30, 1,6). En el mismo capítulo se encuentran las instrucciones para hacer el óleo sagrado, el óleo de la unción: “Yahvé habló así a Moisés: Toma tú aromas escogidos de mirra pura, quinientos siclos, de cinamomo, la mitad, o sea, doscientos cincuenta; de caña aromática, doscientos cincuenta; de casia, quinientos, en siclos del Santuario y un sextario de aceite de oliva. Prepararás con ello el óleo para la unción sagrada, perfume aromático como lo prepara el perfumista. Este será el óleo para la unción sagrada. Con él ungirás la Tienda del Encuentro y el arca del Testimonio, la mesa con todos sus utensilios, el candelabro con todos sus utensilios, el altar del incienso, el altar del holocausto con todos sus utensilios y la pila con su base. Así los consagrarás y serán cosa sacratísima. Todo cuanto los toque quedará santificado. Ungirás también a Aarón y sus hijos y los consagrarás para que ejerzan mi sacerdocio. Hablarás con los israelitas, diciendo: Este será para vosotros el óleo de la unción sagrada de generación en generación. No debe derramarse sobre el cuerpo de ningún hombre, no haréis ningún otro de composición parecida a la suya. Santo es y lo tendréis por cosa sagrada. Cualquiera que prepare otro semejante, o derrame de él sobre un laico, será exterminado de su pueblo”. (Ex 30, 22,33).
Esta ceremonia, encomendada al sumo sacerdote, consistía en verter óleo sobre la cabeza en cantidad suficiente para que corriera por la barba hasta los calzones.
También hay que tener en cuenta, que en aquella época, el oficio de perfumista y el de boticario eran el mismo, por lo que en algunas traducciones se puede emplear cualquiera de los dos términos.
Mesopotamia y otros pueblos orientales
Los asirios rendían culto a muchos dioses, entre los que destacaban el Sol, la Luna y las Constelaciones. Baal o Belus era el más venerado de todos. Le seguía Astarté o Mylitta, la Venus asiria que era adorada en forma de luna. En todos los altares erigidos en honor a estos y otros dioses se quemaban incienso y resinas aromáticas, según se refiere en la Biblia: “Suprimió los sacerdotes paganos que los reyes de Judá habían designado para quemar incienso en los altozanos en las poblaciones de Judá y alrededores de Jerusalén y los que ofrecían incienso a Baal, al sol, a la luna, a las constelaciones y a todo el ejército de los cielos”. (Reyes 2, 23,5).
Zaratustra emprendió la reforma de la religión persa y sustituyó el culto de los ídolos por el fuego. Cinco veces al día sus sacerdotes quemaban perfumes en el altar, y tenían la misión de vigilar por turnos que la llama sagrada no se extinguiese. Esta religión subsiste en la India con el nombre de parsis, quienes siguen alimentando los fuegos sagrados en altares de bronce a los que arrojan resinas aromáticas en sus ceremonias.
Los griegos
Los griegos llegaron a tener más de 30.000 deidades (Hesíodo, Los trabajos y los días, i.250), y constantemente fabricaban otros nuevos o los tomaban prestados de otros pueblos. Su culto comprendía muchos ritos distintos, que se celebraban tanto en templos como en casas particulares, donde existían altares a tal fin. Cualquier empresa de importancia y cada día, solían realizar sacrificios al dios correspondiente. El animal que le correspondía se colocaba sobre el altar adornado con coronas de hierbas aromáticas o flores y se quemaba con incienso, acompañado con libaciones de vino que se vertía en un recipiente plano llamado pátera. En todos los festivales religiosos se consumían perfumes en grandes cantidades. La mayor de estas celebraciones eran los Misterios Eleusinos, instituidos en honor de la diosa Ceres. Duraban 9 días en los que los mystae o iniciados eran sometidos a todo tipo de pruebas, hasta llegar al noveno día en el que se enfrentaban a la estatua de la diosa cubierta de oro y piedras preciosas que refulgía entre miles de luces. El altar humeaba con el más puro incienso y era rodeado de multitud de sacerdotes vestidos de púrpura y coronados de mirto. Sobre ellos, en un espléndido trono, el Hierofante o sumo sacerdote, les explicaba a los novicios los misterios de la diosa y les describía las satisfacciones que recibirían como recompensa a su valor. Actualmente, ciertos investigadores y antropólogos, sostienen la teoría con grandes visos y posibilidades de realidad, de que estos misterios iniciáticos se realizaban mediante la ingestión de sustancias visionarias (modernamente llamadas enteógenos), que les permitían acceder a estados de conciencia superiores y que podrían estar relacionados tanto con el uso de hongos psicoactivos como de Ergot (del que se deriva la LSD), un parásito del centeno y otros cereales (Ver las obras de Robert Gordon Wasson, Albert Hoffmann , J. Ott, G. Samorini y J.Mª. Fericgla).
Parece que en aquella época, además de las resinas aromáticas que se quemaban en los sacrificios, los únicos perfumes conocidos eran aceites perfumados con flores, especialmente rosas. Cuando más sustancias aromáticas se consumían era durante los banquetes. En tiempos de Homero era costumbre ofrecer a los huéspedes un baño seguido de unciones aromáticas antes de sentarse a la mesa. Posteriormente, los perfumes también se traían durante la comida, en pomos de oro o alabastro, con coronas de flores para agasajar a los invitados. Los perfumes no se usaban sólo por el placer que producían, sino también, porque se les atribuían propiedades saludables, especialmente al aplicarlos en la cabeza.
Anacreonte recomienda que se frote el pecho con ungüentos, pues en él está el corazón. Otra virtud atribuida por los griegos a los perfumes, era que les permitía beber más vino sin emborracharse. Los devotos más refinados de Baco no se contentaban con el uso externo de los perfumes, también los empleaban para mejorar el sabor del vino. Se les añadían resinas aromáticas como mirra, miel y plantas aromáticas.
Los griegos adoptaron los sistemas de baños egipcios, pero sin desarrollarlos tanto como harían posteriormente los romanos. Realizaban escasas abluciones. Como los perfumes se consideraban también medicinales, aparecen recetas en las lápidas de mármol de los templos de Venus y Escolapio (dios de la medicina).
Los romanos
A medida que los romanos extendieron su poder a las provincias meridionales de Italia colonizadas por los griegos (Magna Grecia), fueron haciendo suyas las costumbres de los pueblos conquistados y se iniciaron en los refinamientos de lujo. Imitaron también las ceremonias religiosas y sus ritos. Famosos por sus excesos, como el de Nerón, que en el funeral de Popea consumió más incienso que el producido en Arabia en 10 años. Los romanos tomaron de los egipcios el empleo de los baños públicos, al que acudían casi diariamente. Al entrar, los bañistas se desnudaban y entregaban sus ropas a los capsarii, encargados de guardarlas. Luego entraban en el unctuarium o eleothesium, donde se guardaban los perfumes y cremas en grandes jofainas. Allí se ungían de aceites baratos y luego entraban en el frigidarium o baño frío, en donde hacían las primeras abluciones. De ahí pasaban al tepidarium o baño tibio y luego al caldarium o baño caliente, donde la temperatura se mantenía caliente gracias a un horno situado debajo llamado hypocaustum. Allí, sudaban y se frotaban la
piel con una especie de almohaza de bronce llamada strigil, vertiendo al mismo tiempo sobre el cuerpo un aceite ligeramente perfumado que sacaban de un frasco llamado ampulla. Quienes podían permitírselo, se ponían en manos de los empleados de los baños, llamados aliptes o de sus esclavos, que llevaban consigo para este fin. Usaban ungüentos sólidos, líquidos y en polvo.
Oriente Medio y El Islam
Cuando el Imperio de Occidente sucumbió al ataque de las hordas bárbaras, el refinamiento y la civilización se refugiaron en Constantinopla. La Iglesia Oriental hizo un gran consumo en sus ceremonias de sustancias aromáticas. No obstante, a la caída de Constantinopla ante el avance del Islam, el nivel cultural no decayó, sino que se mantuvo y creció. Puede considerarse a esta civilización como el nexo entre la antigua y moderna civilización, ya que se dedicaron a rescatar y poner al día infinidad de conocimientos que en Occidente se habían perdido, ya que estaba sumido en una época muy oscura.
Avicena, médico árabe del siglo XI, fue el primero en estudiar y aplicar los principios de la química. Su extraordinaria obra y conocimiento (un centenar de libros, viajó por gran parte del mundo conocido entonces), además de atribuírsele el descubrimiento del alambique (al-embic), con el que poder extraer los principios aromáticos y curativos de las plantas, le convierten en una figura de un brillo excepcional en aquella época.
Los árabes siempre mostraron por la rosa una predilección especial. Con la Rosa centifolia, hizo Avicena sus primeros experimentos (Gul sad berk en árabe). Consiguió producir hábilmente el líquido conocido como “agua de rosas”, cuya fórmula se encuentra en sus obras y las de los posteriores químicos árabes. Se producía en grandes cantidades, por ejemplo, cuando Saladino entró en Jerusalén en el 1187, lavó enteramente la mezquita de Omar con agua de rosas.
Se mantiene la costumbre en algunos lugares de agasajar al invitado rociándole con agua de rosas.
El Profeta Mahoma, alentó el uso y consumo de perfumes, pues contribuían a crear en sus adeptos un estado de éxtasis religioso. El también profesaba una gran pasión por los mismos, y decía que de lo que más gozaba su corazón en este mundo era de los niños, las mujeres y los perfumes. Muchos de sus mandatos hacen referencia al aseo personal, y los creyentes tienen que realizar varias abluciones y purificaciones diarias, en caso de no tener agua, con arena fina.
Al instalarse los turcos en el Imperio Griego, quedaron insatisfechos con las pocas abluciones e hicieron suyo el lujoso sistema de baños que encontraron establecido. En estos lugares se empleaba el jabón o una arcilla saponácea aromatizada.
La rosa es la reina de las flores para los musulmanes. El poema más bello escrito en lengua persa, el Gulistán, significa “jardín de rosas”.
India, China y Japón
En la India, los perfumes se usaron desde los primeros testimonios escritos. Es un lugar con gran cantidad de sustancias odoríferas y un temperamento sensual en sus gentes. Habitualmente se celebraban ritos y sacrificios a las deidades Brahma, Visnú y Shiva. Según los Vedas, los sacrificios consistían en hogueras de maderas aromáticas prendidas en cada uno de los cuatro puntos cardinales. De vez en cuando alimentaban el fuego con óleo sagrado y alrededor de la pira se arrojaba una hierba aromática, llamada kúsa, considerada sagrada (Nardostachys jatamansi, o nardo índico). No se consideraba una falta usar la hierba sagrada para usos privados. También se les otorgaban propiedades medicinales. La medicina Ayurvédica constituye un colosal e increíble tesoro de conocimiento humano sobre la constitución física, energética y espiritual del Universo, y contiene un gran arsenal de sustancias naturales para reequilibrar el organismo, que supera en muchas ocasiones, los conocimientos médicos occidentales actuales.
En el culto hindú actual se emplean muchísimos perfumes y flores, especias, resinas, etc., también en bodas y funerales.
La rosa viene siendo la flor más apreciada, seguida del jazmín, del que se cultivan dos especies por su aroma, el Jasminum grandiflorum y el Jasminum hirsitum o Sambac.
En el Tíbet, sin embargo, ante la carencia de sustancias aromáticas, suelen quemarse sustancias como el enebro.
En China se usaron los perfumes desde tiempo inmemorial. Existe un gran consumo de incienso en todo tipo de ofrendas religiosas. El almizcle es uno de los aromas preferidos y se cree que eran los proveedores mundiales, ya que el animal que lo produce vivía en sólo 2 de sus provincias. Le otorgaban propiedades medicinales, de tal magnitud que se consideraba era capaz de curar cualquier enfermedad, como jaquecas o mordeduras de serpiente. El sándalo, el pachuli la asafétida completan la lista de sustancias de la antigua perfumería china.
En Japón existían muchas costumbres similares a las Chinas, y su catálogo de perfumes era también bastante reducido, siendo aromas austeros generalmente muy apreciados por su población.
Pueblos primitivos
En África, la costumbre de ungirse prevalece tradicionalmente en todas las tribus, aplicándose tanto al cuerpo como al cabello, igual que entre los antiguos griegos y romanos. La principal razón de dicha costumbre es sanitaria: proteger del calor con la capa de grasa. Suelen emplearse lubricantes como el aceite de coco, palma y mantecas vegetales (karité), que pueden perfumarse con plantas aromáticas y maderas muy variadas debido a la gran riqueza botánica del continente. El tipo de cabello de la raza negra, muy seco y espeso, hace que reciba muy bien este tipo se sustancias muy oleosas.
En Nubia, la higiene se realizaba sin agua, con crema y aceite perfumado (operación llamada dilka), y los primeros europeos que documentaron este ritual explicaban la sensación de frescor posterior y la ausencia absoluta de enfermedades de piel entre los indígenas, así como su capacidad de soportar los fríos vientos invernales sin mayor protección que ropas muy finas.
En Sudán, el sahumerio reemplazaba al baño. En un hoyo cavado en la tierra, junto a la cama, se colocaba una vasija de barro donde se quemaba la madera del tulloch. Las personas se sentaban alrededor cubriéndose con una manta de lana y permanecían expuestos al humo aromático unos 10 minutos, produciéndose una intensa sudoración y un efecto tonificante y beneficioso para la piel.
En Filipinas, los tagalos cuidaban mucho su cabello, largo, negro y brillante. Las mujeres lo lavaban al menos una vez al día con una grasa saponácea llamada go-go y lo ungían con aceite de coco aromatizado con flor de Ylang-Ylang.
En las islas Marquesas, sus habitantes se untaban el cuerpo con aceite de coco suavemente aromatizado con flores, y también protegían así sus cabellos del sol y la sal. Actualmente es famoso en todo el mundo el Monoï de Tahití, preparado desde tiempos remotos a base de aceite de coco perfumado con la raíz de toromeo o con sándalo, que usan para cuidar el pelo todos los días las mujeres que gozan de largas y hermosas cabelleras negras que a veces peinan con una diadema de flores de tiaré, una variedad de jazmín.
En el continente americano hubo una gran profusión y uso de sustancias aromáticas dentro de las grandes culturas precolombinas, debido a la gran variedad botánica de que goza y que sigue siendo hoy en día referente y reserva mundial de biodiversidad y manteniéndose en el uso tradicional de las tribus como elemento ritual, curativo y cosmético.
Europa
Tras la caída del Imperio Romano, Europa se sumió en un largo sueño de muchos siglos de oscuridad y oscurantismo. El conocimiento y la aplicación de los perfumes y aromas agradables pasó a ser algo relacionado con el demonio, como cualquier clase de placer en una época, aunque siempre las clases más altas y privilegiadas de una u otra manera disfrutaron de ellos. A nivel terapéutico, el conocimiento se atesoró en los pequeños oasis que constituían los conventos y monasterios especialmente, dónde los monjes eran los únicos custodios del saber y la ciencia que ahora pasaban por tiempos difíciles. En ese tiempo, el Islam sin embargo, llegó a un gran grado de refinamiento y desarrollo, como ocurría en la actual España, concretamente en Al-Andalus, donde la ciudad de Córdoba era la joya del conocimiento y la ciencia de aquella época. Desde los descubrimientos de los médicos árabes, en aquellos lugares donde podían convivir las culturas cristiana, musulmana y judía, como Toledo, hubo transferencia de conocimiento y el alambique y la alquimia (ambas palabras, como se ve, de origen árabe), pasaron a la cultura occidental comenzando un tímido proceso de desarrollo, que en el ámbito de los monasterios, se tradujo en innumerables preparados medicinales y de los cuales todavía quedan vestigios en licores que se siguen consumiendo, ahora ya, de forma recreativa (Chartreuse, Agua del Carmen, Licores de hierbas, etc.). En la Alta Edad Media ya se comenzaron a emplear con más normalidad, y a veces con exceso, entre las clases privilegiadas y sobre todo, la realeza, hay innumerables excesos de este tipo en la historia de los últimos Borbones franceses. Poco a poco, tanto las plantas aromáticas como los aceites esenciales que se destilaban, fueron engrosando los botiquines terapéuticos y las tiendas de los perfumistas y tras la Revolución Francesa, se produjo un gran desarrollo de fórmulas, productos de tocador, afeites, etc.
Sin embargo, la aromaterapia tal y como se conoce actualmente, no nace hasta finales de los años veinte del siglo pasado, con el acuñamiento de dicho término por parte del químico cosmético francés René Maurice Gateffossé. El enfocó su trabajo en las propiedades antisépticas de los aceites esenciales, así como en sus aplicaciones en dermatología y cosmética. Poco después, Albert Couvreur publicó su libro sobre aplicación médica de los aceites esenciales. Mientras, en Australia, los beneficios antisépticos y antimicrobianos del a.e. de árbol del té eran estudiados por el químico A.R. Penfolf. En Italia, Giovanni Gatti y Renato Cajola investigaban los efectos psicológicos de los a.e., por lo que podemos considerarlos como los precursores de la Psicoaromaterapia.
Durante la 2ª Guerra Mundial, la Aromaterapia se estancó, como tantas otras terapias naturales, y fue el Dr. Jean Valnet, cirujano militar, quien aplicó lo aprendido de Gattefossé para curar a soldados heridos en batalla y posteriormente, como médico, incorporó los a.e. en todos sus tratamientos. Publico el libro “La Práctica de la Aromaterapia” en 1964 y fue un gran divulgador de la misma, tanto a nivel médico como popular, sentando las bases de las actuales formaciones universitarias en Fitoaromaterapia.
Una de las alumnas del Dr. Valnet, Marguerite Maury, puso su grano de arena enfatizando en el uso de aceites esenciales por vía externa especialmente en masajes e inhalaciones. Se le considera como la creadora de la tendencia en aromaterapia denominada “Escuela Anglosajona”, mientras que la vía médica francesa recibe el nombre de “Escuela Francesa”, “Aromaterapia Médica” o “Medicina Aromática” también. La escuela anglosajona tiene el mérito de haber conseguido divulgar una forma de aromaterapia muy asequible a todo tipo de público no médico, así como de haber creado una masa crítica de practicantes y consumidores de aceites esenciales que hacen que esta terapia tenga cada día más presencia en todos los ámbitos sociales. Del mismo modo, la medicina aromática, ha dotado de una seriedad y carácter científico a la aromaterapia de la que carecía hace varias décadas, lo que la hace más asequible al mundo de los profesionales de la salud y a los organismos oficiales.
Siguiendo en la línea de los pioneros, encontramos al profesor Paolo Rovesti, de la Universidad de Milán, que continuó y logró progresos sobre la obra de Gatti y Cajola en la investigación psicológica con aceites esenciales; Micheline Arcier y Daniel Ryman, discípulo de Valnet y a la vez ambos discípulos de Mme. Maury, que propagaron el interés en la aromaterapia por el Reino Unido, cuna de aromaterapeutas que se implantaron en todos los lugares del mundo posteriormente haciendo florecer esta terapia. En Francia, siguieron construyendo su edificio, con gran rigor y solidez, los médicos Paul Belaiche, Daniel Penöel y Jean-Claude Lapraz. Junto con Penöel, el químico Pierre Franchomme escribieron lo que se considera como la “Biblia de la Aromaterapia”, “L´Aromathérapie Exactament”, fuente de la que todos los actuales profesionales hemos bebido directa o indirectamente, y que marcó un punto de inflexión entre la antigua y la moderna aromaterapia.
En el Reino Unido, figuras muy importantes, como Robert Tisserand, Shirley Price y Patricia Davis, con sus excelentes trabajos e investigaciones, han contribuido a hacer cada vez más atractiva y potente la aromaterapia. El trabajo de Robert Tisserand, más enfocado en cierto momento de su carrera hacia los efectos de los a.e. a nivel emocional y psicológico, sentó unas bases muy importantes para la Psicoaromaterapia que aplicamos actualmente. Hay muchos más profesionales muy importantes, conocidos popularmente o no, que también, día a día, ponen su grano de arena en hacer de esta hermosa terapia un tesoro al alcance de todo el mundo.
Para finalizar, actualmente, en el ámbito de la Psicoaromaterapia, destaca espectacularmente el trabajo de la aromaterapeuta australiana Robbi Zeck. Descubrí su obra, recién traducida al español, en enero del 2007 (Aromaterapia para la curación. Editorial Paidotribo). Es lo mejor que he encontrado en psicoaromaterapia hasta ahora. Su enfoque, lleno de amor y compasión, nos ofrece una visión completamente distinta a lo que se ha conocido habitualmente como “aromaterapia”. Aquí no se busca tanto el efecto terapéutico (puro y duro) que desde la visión alopática se tiene de los a.e. (tal enfermedad, tal remedio), sino que se relacionan estados de desequilibrio emocional (que tienen como resultado efectos físicos también), con efectos que proporcionan los aceites esenciales trabajados desde la conciencia, y aplicados en combinación con los puntos de acupuntura de la Medicina Tradicional China. Es un paso más allá de la Aromaterapia tradicionalmente conocida.
Quizás te interese nuestro
Curso online Emociones y aceites esenciales
Bibliografía
Abderraman Jah, Cherif. Los aromas de al- Andalus. Alianza Editorial. Madrid, 2001.
Damian, Peter y Kate. El Olor y la Psique. Lasser Press Mexicana, S.A. de C.V., 1996, México.
Ferrándiz, V.L. Osmoterapia. Olores que curan y olores que enferman. Ed. Cedel. Barcelona 1982.
Rimmel, Eugene. El Libro de los Perfumes. (Reproducción a plana y renglón de la edición inglesa de 1.865) Ed. Hiperion, Madrid 1990.
Roudnitska, Edmond. Le Parfum. Presses Universitaires de France. París, 1980.
Schnitzer, Rita. El Misteri del Perfum. Elfo Edicions. Barcelona 1984.
Valnet, J. L´Aromathérapie. (10ª Edición). Maloine S.A. Éditeur. París, 1990.
Van Toller, S. & H. Dodd G. Perfumery. The Psychology and biology of fragrance. Chapman & Hall. London 1991.
Winter, F. Perfumería Moderna. Editorial Gustavo Gili. Barcelona, 1944.
Zeck, Robbie. Aromaterapia para la curación. Ed. Paidotribo. Barcelona, 2007.